Tierras lejanas

Es de mañana. Poco importa, ya estoy solo. Ayer murió el primer oficial, dejándome como último habitante de este barco. Los proyectos y empresas se han ido al mar. La desesperación invadió la goleta cuando avanzó la peste, arrasando con cada uno de los ocupantes. Todos han muerto menos yo. Pero de más está escribir que al encontrarme en alta mar solo, poco podré hacer, dejando mi vida a la deriva, sin contar que puedo ver la muerte agazapada, esperando por llevarme (o eso podría decirse). Qué cruel destino me espera.
Muchos meses atrás era yo un hombre emprendedor y feliz. Antes de convertirme en el capitán de este barco, era amante del esoterismo y disfrutaba con pasión de las lecturas de cuanto tema oculto cayese en mis manos. Fue por entonces que en los círculos íntimos empecé a oír sobre unas tierras mucho más allá del océano, que dejaban de ser leyendas atlánticas para convertirse en realidades concretas. Éstas se encontraban más allá del océano, tierras que supuestamente habían visitado los vikingos en diferentes oportunidades. Me interese sobremanera por el tema, buscando abundante información para empaparme de ello. Mi buen pasar económico (era por aquel entonces un médico distinguido) podía permitirme afrontar un emprendimiento de tamaña magnitud. Buenos negocios había hecho en los últimos años que hicieron mi pasar con respetable fortuna en mis arcas. De esta forma -prosiguiendo con la investigación- logré dar con unos famosos, aunque vedados al vulgo, mapas. ¡Ah gran Drakong, cuánta belleza en tus creaciones! ¡Qué mágica visión de esas tierras remotas!
Meses después abandonaba mi amada España sin informar a nadie, aludiendo un viaje al norte en busca de provisiones, medicinas y demás artículos que «mentí», me había encomendado una abadía cuya eminencia a cargo era un exquisito sabedor de las artes oscuras. Afortunadamente tenía la venia del excelente maestro abad, amigo mío para sustentar la coartada.
El viaje duró más de los esperado, la tripulación en las últimas instancias se mostraba irascible y lo comprendía, porque yo también lo estaba. Pero una mañana el vigía gritó «¡tierra!» y todos saltamos de alegría. El sueño era realidad y sabía que los mapas no podían fallar. La nueva tierra, el continente inexplorado y virgen (o casi) allí estaba y aguardaba.
Los primeros días nos pasamos descansando y formando nuestro lugar de investigaciones, internándonos en proceso de descubrimiento topográfico solo en pocos tramos y cortas distancias… hasta que nos dimos cuenta de que no estábamos solos. Nativos de esas tierras nos recibieron, reacios y temerosos al principio, pero por fortuna y para evitar una masacre intentando comunicarse luego, mostrando signos de amistad y hospitalidad.
Aquí es donde la historia da un giro inesperado. Si mi idea era que se sorprendieran tanto por nuestra tecnología como por nuestra vestimenta, debo decir que estaba completamente equivocado al referirme a los sobrecogidos. Adoraban, en principio a un ídolo con una especie de casco redondo, cubierto por un traje insólito. Poseían además artefactos extraños. Entre ellos uno para medir el tiempo y otro en particular que me llamó la atención. Era algo parecido a una pequeña piedra que cabía en un puño y que transformaba el idioma de ambos en uno universal. Ellos le llamaban el «decodificador». Era impresionante. También tenían un sorprendente conocimiento de las estrellas y las constelaciones que me había dejado visiblemente pasmado. No comprendía, así como ninguno de mis compañeros de tripulación, como era que habían desarrollado tal tecnología, a lo que me respondieron los mismos nativos que todos estos artefactos provenían de los dioses de las estrellas, que no tardarían muchas lunas en regresar. No estaba tan seguro de querer conocerlos, teniendo en cuenta que mi tripulación enloqueció ante la codicia del oro y riquezas de estos aborígenes. Poco tardaron en violar a las mujeres y posteriormente matarlos a todos por pura diversión. Había algo en el aire… Una especie de delirio se había apoderado de ellos… como de mí, que de repente me encontré una noche con mi espada ensangrentada en mano, desnudo y con una nativa muerta a mis pies.
Cuando todo parecía concluido vimos algo que nos pasmó por completo. Algo parecido a una nave descendió una noche en las inmediaciones… toda la locura se disipó por un instante, dando paso al miedo. Levamos anclas y nos internamos mar adentro, emprendiendo un vertiginoso regreso.
Con el correr de los días todo fue acomodándose, recobrando cierta «normalidad», por lo que empezamos a ver toda la situación pasada como si hubiera sido un sueño. Pero tales afirmaciones poco tiempo duraron. Al poco tiempo la nave que vimos bajar en esas tierras vino a nuestro encuentro, rociando con una luz extraña el barco. Luego el silencio. Nada más supimos de la misma… En breve empezó la peste, arrastrando a la muerte a más de cuarenta tripulantes. Cuando quedábamos alrededor de cinco personas, incluyéndome, una noche sin estrellas el artefacto volador hizo su aparición, esta vez desde las profundidades del océano, proyectando luego una imagen transparente, como si de un fantasma se tratase, de un lagarto con forma cuasi humana. Habló en un idioma incomprensible, con aires de reprobación, como previendo nuestro destino. Luego desapareció, al igual que la nave. Los días se sucedieron como los cuerpos arrojados al mar. Ahora que quedo yo solo en el barco, ésta no se despega de mí en las noches, aguardando en el cielo o siguiendo mi trayectoria a ras del océano. Lo siento como una especie de macabro juego, no están esperando nada… sólo se están divirtiendo conmigo. Ya me han comunicado los planes que tienen para mí, voy a ser el experimento para mejorar su alimento, alimento el cual destruimos en tierras lejanas hacía poco más de mes y medio.

Después, reían y mofábanse, vendría un tal Cristóbal, unos doscientos cuarenta años después, pero no podría comprenderlo porque manejo otra concepción del tiempo. Además que de nada serviría, mis días estaban contados. Cuando se cansen o evolucione no se qué líquido que depositaron en mi interior, todo concluirá. De nada sirve el suicidio, lo he intentado y raudamente me lo han impedido. Mi fin se acerca de otra forma que desconozco, pero se acerca invariablemente.