Una mañana me levanté y vi todo diferente. Al despertar recordé que había soñado algo. Mi personaje (yo) tenía una familia y vivía en un paraje extraño para mí, pero reconfortante. Las personas y eventos eran más o menos parecidos, pero disparejos a la vez, y como pasa con los sueños complicados, cuando se los querés contar en voz alta a alguien más se enrevesan las palabras y lo que fue soñado se mezcla con alguna imagen que nada tuvo que ver, o con distintos sueños también. De todas formas le resté importancia y me fui al jardín a preparar la parrilla para el asado. Vivíamos con mi señora en una porción de tierra en el Medio Cielo. Digo vivíamos por vicisitudes que acompañaran el comentario de lo que pasó el día de hoy.
La porción de tierra en el Medio Cielo fue una invención genial (para los propietarios de la tierras) a los problemas de superpoblación. Estas tierras son fragmentaciones de terreno elevadas a cierta altura (unos cien metros o algo más sobre el nivel de la tierra) donde pueden alojarse familias, con la dependencia exclusiva al gobierno. Quien lea esto podrá pensar, pero si están avanzados tecnológicamente, cómo fue que no tienen autos voladores como en las películas futuristas, como fue que los viajes espaciales no permitieron que el problema de la superpoblación se solucionara distribuyendo a la gente en diferentes bases en el espacio o en otros mundos. Nada de eso sucedió en realidad y el futuro nos encontró desprevenidos a todos de la noche a la mañana. En diez años la población aumentó descomunalmente por el plan de trabajo de tierras medio cielo, donde cada familia mundial del banco de control universal, que rezaba: si tiene más de diez hijos, su familia será beneficiada con una tierra hermosa en el lugar más hermoso jamás creado por la mano del hombre. La gente se lo creyó y obviamente nada de eso llegó a un fin aceptable. Las tierras fueron propiedad del banco estado y las familias numerosas sumidas en la pobreza, aisladas y trabajando para los bancos. Mi «esposa» y yo somos el resabio de un reordenamiento de hace algunos años. Las anécdotas fueron transmitiéndose cada generación, ya que no existía posibilidad de bajar o conocer algún otro lugar, salvo por reordenamiento.
Esa mañana me dirigí como tantos otros días a hacer un poco de animal asado que nos tiraban de las naves a modo de alimento dos veces por semana. Racionábamos lo suficiente como para simular que teníamos para todos los días.
A regañadientes por ganas de quedarme tirado todo el día en la cama me fui al patio. Allá las cosas no eran mejores. Desolación, páramo y vacío. Pensé en saltar y olvidarme, pero al instante me vino la imagen de Marta llorando en soledad y desistí. No tanto por ella si no por la visión a través de un tercero de mi cuerpo sin vida. Corté con el cuchillo en resto de animal sacado de la heladera y encendí el fuego. Pensé en el cosmos y los viajes interespaciales. Pensé en hijos y estrellas. Pensé en una felicidad plena (algo que no conocía). Me mantuve absorto en los pensamientos hasta que me trajo en sí la nave repartidora. Algo de comida para los vecinos de la otra isla aérea. Algún día todo esto va a terminar, y por fin saltaremos todos al vacío. Pero el vació tenía como fin nada más que otra porción de tierra aún más grande esperando abajo. Y superpoblada.
La comida transcurrió en silencio. Como el resto de los días, para variar. A veces pasaban semanas sin dirigirnos la palabra. Marta no podía tener hijos, y eso nos limitaba a sólo tener al otro -momentáneamente- como compañía. Después de la ingesta mecánica, el lavado mecánico seguido del té, la siesta también mecánica, el pensamiento mecánico echado en la cama, el sopor mecánico, el deseo mecánico de un bienestar algún día… el sueño.
Por la tarde miré el firmamento. Abajo seguramente varias familias lucharían por comida. Es ese sentido éramos los mas beneficiados. Abajo las disputas eran otras. La comida no era regalada. Directamente la comida no era. En ese caso no lo comprendíamos bien, pero abajo, por habladurías de infancia, la lucha por la supervivencia era feroz.
Cada cuatro años y según los registros del gobierno había un reordenamiento en medio cielo. Lógicamente este reordenamiento era arbitrario. Fue así como llegué a dar con Marta. Hace algunos (cuatro años para ser exacto) me sacaron de mi isla y me «plantaron en la de ella», llevándose en el mismo procesos a toda su familia. La misión: reproducirnos a más no poder. Sólo esas palabras, sólo un objetivo.
Nuestro problema se presentaría en los siguientes meses, cuando la misión reordenadora fiscalizara que no hubo procreación. Imaginé que seríamos trasladados. A lo mejor eliminados los dos.
La nave llegó antes de lo que esperamos. Aterrizaron en la noche. Fueron rápidos. Un grupo armado bajó de la nave, ingresó en nuestra casa. No se las iba a dejar fácil. Me había acostumbrado a dormir con un cuchillo esperando este momento, no sabía bien qué iba a hacer. Tampoco hablé con Marta, ella fue directamente a entregarse, aceptaba su fin con sumisión. De alguna forma deshicimos en el momento el compromiso obligatorio impuesto por el estado. Salí por la ventana y me encontré con uno de los tantos que rodearon las cuatro paredes exteriores. Lo único que atiné fue a clavarle el cuchillo mientras pude y tratar de huir. ¿Pero huir adónde? Mi plan fugaz fue tratar de tomar la nave, estacionada a unos metros, cerca del borde de la tierra. Corrí lo más rápido que dieron mis piernas, pero justo al llegar sentí el calor del rayo fulminante en mi pierna. Lo primero que atiné fue a tomarla con mi brazo y seguir, tenía que hacerlo, ya que así lo dictaba mi instinto. No así los chorros de sangre que salían. La lluvia de disparos se hizo intensa. Tocaron mi hombro un brazo, mi otra pierna. Casi desvanecido, caí por el precipicio. Metros por segundos después, el impacto contra una porción de pasto me dejó destrozado. A punto de morir, pude ver cómo las bestias humanas (¿de carga? ¿para algún fin desconocido?) se acercaban hambrientas y entonces supe qué era el cultivo en el Medio Cielo.