Las tierras del Medio Cielo

Una mañana me levanté y vi todo diferente. Al despertar recordé que había soñado algo. Mi personaje (yo) tenía una familia y vivía en un paraje extraño para mí, pero reconfortante. Las personas y eventos eran más o menos parecidos, pero disparejos a la vez, y como pasa con los sueños complicados, cuando se los querés contar en voz alta a alguien más se enrevesan las palabras y lo que fue soñado se mezcla con alguna imagen que nada tuvo que ver, o con distintos sueños también. De todas formas le resté importancia y me fui al jardín a preparar la parrilla para el asado. Vivíamos con mi señora en una porción de tierra en el Medio Cielo. Digo vivíamos por vicisitudes que acompañaran el comentario de lo que pasó el día de hoy.
La porción de tierra en el Medio Cielo fue una invención genial (para los propietarios de la tierras) a los problemas de superpoblación. Estas tierras son fragmentaciones de terreno elevadas a cierta altura (unos cien metros o algo más sobre el nivel de la tierra) donde pueden alojarse familias, con la dependencia exclusiva al gobierno. Quien lea esto podrá pensar, pero si están avanzados tecnológicamente, cómo fue que no tienen autos voladores como en las películas futuristas, como fue que los viajes espaciales no permitieron que el problema de la superpoblación se solucionara distribuyendo a la gente en diferentes bases en el espacio o en otros mundos. Nada de eso sucedió en realidad y el futuro nos encontró desprevenidos a todos de la noche a la mañana. En diez años la población aumentó descomunalmente por el plan de trabajo de tierras medio cielo, donde cada familia mundial del banco de control universal, que rezaba: si tiene más de diez hijos, su familia será beneficiada con una tierra hermosa en el lugar más hermoso jamás creado por la mano del hombre. La gente se lo creyó y obviamente nada de eso llegó a un fin aceptable. Las tierras fueron propiedad del banco estado y las familias numerosas sumidas en la pobreza, aisladas y trabajando para los bancos. Mi «esposa» y yo somos el resabio de un reordenamiento de hace algunos años. Las anécdotas fueron transmitiéndose cada generación, ya que no existía posibilidad de bajar o conocer algún otro lugar, salvo por reordenamiento.

Esa mañana me dirigí como tantos otros días a hacer un poco de animal asado que nos tiraban de las naves a modo de alimento dos veces por semana. Racionábamos lo suficiente como para simular que teníamos para todos los días.
A regañadientes por ganas de quedarme tirado todo el día en la cama me fui al patio. Allá las cosas no eran mejores. Desolación, páramo y vacío. Pensé en saltar y olvidarme, pero al instante me vino la imagen de Marta llorando en soledad y desistí. No tanto por ella si no por la visión a través de un tercero de mi cuerpo sin vida. Corté con el cuchillo en resto de animal sacado de la heladera y encendí el fuego. Pensé en el cosmos y los viajes interespaciales. Pensé en hijos y estrellas. Pensé en una felicidad plena (algo que no conocía). Me mantuve absorto en los pensamientos hasta que me trajo en sí la nave repartidora. Algo de comida para los vecinos de la otra isla aérea. Algún día todo esto va a terminar, y por fin saltaremos todos al vacío. Pero el vació tenía como fin nada más que otra porción de tierra aún más grande esperando abajo. Y superpoblada.
La comida transcurrió en silencio. Como el resto de los días, para variar. A veces pasaban semanas sin dirigirnos la palabra. Marta no podía tener hijos, y eso nos limitaba a sólo tener al otro -momentáneamente- como compañía. Después de la ingesta mecánica, el lavado mecánico seguido del té, la siesta también mecánica, el pensamiento mecánico echado en la cama, el sopor mecánico, el deseo mecánico de un bienestar algún día… el sueño.

Por la tarde miré el firmamento. Abajo seguramente varias familias lucharían por comida. Es ese sentido éramos los mas beneficiados. Abajo las disputas eran otras. La comida no era regalada. Directamente la comida no era. En ese caso no lo comprendíamos bien, pero abajo, por habladurías de infancia, la lucha por la supervivencia era feroz.

Cada cuatro años y según los registros del gobierno había un reordenamiento en medio cielo. Lógicamente este reordenamiento era arbitrario. Fue así como llegué a dar con Marta. Hace algunos (cuatro años para ser exacto) me sacaron de mi isla y me «plantaron en la de ella», llevándose en el mismo procesos a toda su familia. La misión: reproducirnos a más no poder. Sólo esas palabras, sólo un objetivo.
Nuestro problema se presentaría en los siguientes meses, cuando la misión reordenadora fiscalizara que no hubo procreación. Imaginé que seríamos trasladados. A lo mejor eliminados los dos.

La nave llegó antes de lo que esperamos. Aterrizaron en la noche. Fueron rápidos. Un grupo armado bajó de la nave, ingresó en nuestra casa. No se las iba a dejar fácil. Me había acostumbrado a dormir con un cuchillo esperando este momento, no sabía bien qué iba a hacer. Tampoco hablé con Marta, ella fue directamente a entregarse, aceptaba su fin con sumisión. De alguna forma deshicimos en el momento el compromiso obligatorio impuesto por el estado. Salí por la ventana y me encontré con uno de los tantos que rodearon las cuatro paredes exteriores. Lo único que atiné fue a clavarle el cuchillo mientras pude y tratar de huir. ¿Pero huir adónde? Mi plan fugaz fue tratar de tomar la nave, estacionada a unos metros, cerca del borde de la tierra. Corrí lo más rápido que dieron mis piernas, pero justo al llegar sentí el calor del rayo fulminante en mi pierna. Lo primero que atiné fue a tomarla con mi brazo y seguir, tenía que hacerlo, ya que así lo dictaba mi instinto. No así los chorros de sangre que salían. La lluvia de disparos se hizo intensa. Tocaron mi hombro un brazo, mi otra pierna. Casi desvanecido, caí por el precipicio. Metros por segundos después, el impacto contra una porción de pasto me dejó destrozado. A punto de morir, pude ver cómo las bestias humanas (¿de carga? ¿para algún fin desconocido?) se acercaban hambrientas y entonces supe qué era el cultivo en el Medio Cielo.

Verás lo quieras ver

El encierro puede volver loco a cualquiera. Eso reza el viejo adagio aquí en la cárcel. No es una cárcel como cualquiera, la máxima seguridad impuesta amerita una culpabilidad bastante evidente. A veces fue así, en otros casos no tanto. De todas formas estoy aquí y no tengo escapatoria. Tengo que vivir a diario conmigo mismo y es insoportable. No hay salidas, no hay patio, comida todos los días en el mismo lugar. Hace tres años que estoy en el mismo lugar todos los días de mi vida y estoy por perder el juicio.

Un día, al despertar, tenía un mensaje en un papel. Un texto un tanto extraño dejado en medio del piso: «Verás lo que quieras ver… y saldrás». De quién podría ser esta broma de mal gusto. Llamé al guardia a los gritos. Obviamente nadie vino, somos tratados como basura, o peor. Me quedé toda la mañana estudiando ese papel, tratando de descifrar qué querían decir en realidad esas siete palabras sin comprender mucho.

Pasaron otros dos meses. Una tarde el guardia del sector estaba de muy mal humor y recibí una golpiza por una contestación que no le gustó demasiado. Me dejó muy mal física y psicológicamente. Tanto que creí morir. Tardé quince días en poder pararme. En ese ínterin empecé a soñar que veía un pájaro. Un pájaro amarillo con alas anaranjadas y blancas. Lo deseé tanto que parecía casi real. Al día siguiente mis ojos no podían creer lo que veían: una pluma estaba en mi pecho. Pero no era una pluma real, era una especie de holograma que no podía tocar con mis manos, sólo estaba allí. Así que para disipar dudas, la noche siguiente hice la misma prueba, esta vez imaginaba que veía una linterna, una muy potente que iluminaba la quietud de la noche. Lo deseaba con tanta fuerza que quedaba exhausto y caía rendido al sueño. Por la mañana las sorpresas fueron más grandes: esta vez no era un holograma lo que me esperaba en mi pecho; se podía tocar y manipular pero se deshacía si no me concentraba. ¡Esto me dio una idea! Crearía mi propia realidad, una realidad plagada de bellezas, sólo en mi celda de dos por dos. ¿Podría traer personas? ¿Podría soñar que escapaba?

Trascurrió cierto tiempo y ya recuperado pasaba las noches en lugares de ensueño, creando situaciones de lo más variadas y excitantes.
Una noche soñé que me iba lejos, que rompía las paredes de la celda y escapaba al mundo, me perdía por los parajes más acogedores, disfrutando de la libertad.

Al amanecer siguiente el guardia, al ver que no respondía, empezó a golpear la celda para que me levantara pronto. Sin respuesta ordenó la apertura de la celda debido al espectáculo que vio al asomarse un tanto en el interior: estaba tirado sobre un charco de sangre, con el cráneo partido en un evidente choque contra la pared de la pequeña habitación. El guardia gritó por el médico de la cárcel y me consideró muerto… pero a través de una débil mirada podía verlo, perdido entre la maleza de un bosque templado. Algo más lejos (pero curiosamente con la posibilidad de mirar cada detalle), pude observar cómo alguien muy parecido a mí se guardaba el papel que antes tuve en mi bolsillo y se lo llevaba, cruzando el río.

El deseo del empleado 265

Siempre fui fiel a mis deseos. Desde que conocí la técnica de desear y proyectar me encontré más alivianado mentalmente, sobre todo en el tedio que representa el trabajo en esta multinacional, donde hemos llegado al punto álgido del desprecio y ser tratados pura y exclusivamente como ganado, meros números de producción Yo soy el empleado doscientos sesenta y cinco y estoy en el sector contable. No es ninguna novedad terminar con una terminología semejante pare referirse a personas por parte de una empresa (globalmente hablando). Era algo evidente por parte del sistema despiadado en pos de la ganancia, lo estudié mil veces antes en la facultad. El tema es que de la utopía al hecho hay algo desgraciado: la realidad en la que uno se ve inmerso.
Mi taza de café por la mañana, a los apurones y mal dormido, el viaje en el colectivo apretujado con los carteristas de turno a la orden del día, la llegada, el fichaje, los desprecios de los jefes, mi cubículo de dos por dos y medio, mi computadora lenta como una tortuga con software propietario (ese que tanto desprecié por la privación del conocimiento y la restricción de compartir, motivo que me hizo inclinar al software libre), el almuerzo de quince minutos reloj al mediodía (con posibles descuentos de sueldo si me paso), seguir produciendo, la vuelta a casa apretujado nuevamente, comer alguna porquería, ver la televisión, leer algún libro, ir a dormir y volver a empezar al otro día. Pero mi deseo de mejorar siempre lo tuve presente. Es más, siempre deseo un lugar en el campo, alejado del bullicio de la ciudad, un lugar que esté en contacto con la naturaleza. Y obviamente tener trabajo. Esa tiene que ser mi vida. Sé que la realidad que me toca el día de hoy es otra, pero soy conciente de que algún día todo eso se va a cumplir. Por lo pronto tengo que ordenar estos papeles y hacer algunas horas extras porque no llego a fin de mes…
La rutina diaria la puedo soportar porque tengo pegada una foto donde se encuentra el lugar donde quiero estar en un futuro no muy lejano. Siempre que trato de descansar la vista, sacándola por unos minutos del monitor, la dirijo a la imagen y me quedo soñando ahí, hasta que vuelvo al trabajo nuevamente, y a seguir tecleando sin parar.

La mañana regalaba un sol radiante que inundaba la multinacional. Haciendo un paneo cual cámara cinematográfica, podemos salir por la imponente puerta de entrada de vidrios polarizados del edificio de la empresa, caminar por los pasillos arrebolados que nos conducen al puesto de vigilancia, donde se encuentra la salida. Una vez allí podemos perdernos entre los bosques contiguos o disfrutar de la pesca en el río lindante, del otro lado. El predio abarca una proporción importante de tierra en un paraje campestre a una hora y media de colectivo a la ciudad, que puede tomarse en la ruta que pasa por las inmediaciones.

Una sentida planicie espacial, firmamento y pensamiento infinito.

Comprenderlo es una experiencia sin igual. Asimilarlo y vivirlo es aún mejor.
Mi nave tiene el desplazamiento de la paz en forma de metal. El sol, las estrellas, el firmamento. Este viaje. Un fin que justifica el sacrificio de la vida. En sí el trabajo inicial me había desmoralizado un poco: una rutina avasallante, a rajatabla de principio a fin, como la pieza de un engranaje que si llegara a fallar haría que la rueda girara por doquier como loca. Pero afortunadamente sólo regía para que un fructífero comienzo desencadenara en un viaje afortunado y productivo para la empresa. Quizá para la humanidad, aunque todos sabemos que ese es el emblema con que se promueven los grandes viajes y en realidad conllevan el poder económico. Nada nuevo bajo el sol. Pasados esos meses iniciales de trabajo arduo, se podría decir que encontré la paz con que hice mención al inicio de esta nota. Antes, por la mañana me despertaba con un control estricto en Aladelta V (así se llama mi nave). Ir al exterior de la nave, controlar los sensores externos, que el control de los circuitos y el mecanismo impulsor de encuentre en perfecto funcionamiento, verificar el computador directivo exterior y demás tareas que demandaban las horas suficientes para que luego, al rellenar el programa ya dentro de la nave en la computadora que actualizase el viaje terminara por dejarme completamente exhausto por la noche, para al otro día volver a empezar. El programa era una gestión que se hacía a bordo (muy riesgosa pero que valía la pena por mis capacidades) y que orientaban el viaje, señalando el trayecto los primeros meses de marcha. Una vez organizado en esos meses el antedicho, y que señalase el trayecto, todo quedaría en manos de la nave, preparada de esta forma para proseguir por sí sola la ruta. Era la única forma ya que el filtraje del camino y la apertura del resorte espacial (así se llamaba a ese agujero oscilante que pinchaba el espacio y simplificaba el desplazamiento a grandes distancias) sólo tenía lugar desde un sitio específico que podía verse sólo del espacio, y que también sólo con determinados cálculos de programa podría ser iniciado.
El fin era devolver personalmente el mensaje enviado hacía unos decenios desde zeta retículo, tan famosa por los libros, tan famosa por esa pareja abducida en el siglo veinte. Qué hermosura de inconsciencia.
Un flujo de información había llegado a la estación central desde allí, que fue clasificada, inclusive para mí que hago el viaje (pero ya sé que no me importa, porque mi huida tenía que ver con otras cosas de mi vida, espacios que abandonar, distancias que tomar, errores que mejor tener lejos). La vuelta era incierta, en tiempo como en solución, iba a un probable contacto, pero imposible era comprobar si seguirán allí.

Hoy se averió el motor de propulsión derecho, antes de entrar en la ruta prefijada. Una cagada total y de proporciones enormes. Si no arreglo esto para mañana me voy a ver en serios, serios problemas.

Por la mañana deshabilité en intenté reparar el propulsor. Tengo que esperar veinticuatro horas para encenderlo.
¡No funcionó! Encima tengo que asentar esas notas de mierda para enviar por enlace, con estos nervios no puedo mantener el protocolo. Aténgase al protocolo, aténgase al protocolo, dicen en la pantalla. La soledad te vuelve loco cuando hay problemas, no tengo a quien quejarme, no tengo a quien cargar con mi propia culpa… aaaaaaaaaaaaaaah.

Por la tarde intenté de nuevo. Nada. Me voy a acostar. Tengo una depresión galopante. El fantasma de la muerte… acá es todo más pesado en soledad. No pensé en las fallas, no pensé, sinceramente quería aventuras, escapar de la rutina para buscar las respuestas, me salió todo mal.

Era fija, perdí la ruta por la falla del propulsor. Me rompo la cabeza intentando, me estoy desesperando, porque ya sé lo que viene, porqué este puto coeficiente intelectual, porqué no soy ignorante y tengo esperanzas… ¿¿¡¡porqué me doy cuenta de mi destino??!!

Hoy perdí el enlace. Ahora sí estoy completamente solo. Jajajaja, una cosa es positiva, ya no tengo que atenerme al protocolo. Lo más irónico fue que cuando anoche les comenté, la única respuesta que me dieron fue: trate de resolverlo, y siga el protocolo B si todo falla. Mejor ni me molesto en escribir qué es el protocolo B…

Entregado como estoy al destino, solo y miserable y en un acto casi involuntario, sigo escribiendo estas líneas que voy a mandar por el espacio en forma de onda. Quizá en algún momento de la existencia alguien reciba esto y sepa de mis peripecias.

No, no puedo seguir escribiendo, esto es desesperante… saltaría al espacio a morir… pero no me animo. Hoy traté de encontrar un milagro en la reparación, encontrar el enlace, lo que sea. Pero mi mente calculadora me llevó invariablemente a sacar las cuentas del aire disponible en la nave. A través del resorte espacial estaría en diez meses, aproximadamente, del otro lado. Lanzaría el mensaje, tomaría imágenes de la zona y esperando alguna respuesta debía de emprender la vuelta trayendo esa información. Así que calculo que tengo aire y comida para estar a la deriva y sin dormir (todo el viaje de vuelta sería en la cabina de hibernación, ya sin aire en el resto de la nave) de unos nueve meses. Así que aguantaré ese tiempo y me echaré a dormir luego… eternamente.

Tres meses sin escribir. Me la pasé en estado depresivo y mayormente en la cama. Un día casi salí por la escotilla sin traje, al espacio infinito, pero me acordé de algo: el mensaje codificado. Trataría de descifrarlo como pasatiempo. Pasaron cuarenta y cinco días y nada. Era un verdadero reto… ¡pero un día me vino la iluminación! Evidente y paradójicamente no era un mensaje de luz lo que enviaban. Era… ¡una bomba! Toda la maldita nave era una bomba. Qué bien me la hicieron. Yo solito me había ofrecido como conejito de indias. Estúpido programador.

Cuatro meses más han pasado. Toda la nave está programada para explorar y no encuentro la forma de desactivarla ni nada, todo estaba engendrado con un único programa, ¡desde el propulsor hasta la cadena del inodoro! Qué suerte la mía…

Doscientos años más tarde, un niño jugaba con su pelota en un planeta desconocido.
-¡Mamá! ¡Voy a encender mi radio!
Todo una reverencia para ese arcaico artefacto conseguido por su padre en el mercado electrónico.
Una interferencia, la de siempre, sorprendió al chiquillo con la seguidilla de lo que parecía ser una voz….
«-Grabo este mensaje en forma de voz, que quizá sea lo único que me quede. A lo mejor quien reciba no entienda mi voz aclaro por las dudas: siempre me gustó la música y adapté el teclado para que suene como la sinfónica, programada a los últimos segundos antes de la explosión… ¡así que acá vooy!

La orquesta sonó desde el infinito, una batalla demostrada a través de las notas que inundó el ambiente. El punto álgido fue culminado con una explosión que sorprendió al extrañado pequeño. Luego del suceso, la estática nuevamente. El niño apagó la radio y siguió jugando con su pelota.

Las lomadas distinguidas

Esto no puede ser. ¿Es que acaso la gente no se da cuenta de los levantamientos en las veredas? Cada día uno nuevo, como si yo solo los viera. El periodismo nada menciona. Me levanté hoy por la mañana, camino a mi negocio y otro más, justo en la puerta del edificio. Le pregunté al portero que cómo podía ser, si no estaba de acuerdo en que la intendencia debía de hacer algo, pero con lo atareado que estaba atinó a responder: es la vida, tengo que hacer… y se metió en el edificio a limpiar los pisos.
Toda la gente lleva un ritmo acelerado desde hace tiempo. Todo comenzó con la tecnología. La tecnología y la pérdida de la religión van ligadas de la mano. Ahora voy a mi local y no puedo creer, levantamientos de la vereda por doquier. Esto es insostenible. Voy a escribir al diario local.

A la mañana siguiente nada nuevo en las noticias. Ni una mención. Que la bolsa estalla en crisis, que más muertes, que la economía va en picada, que la recesión y el temor al hambre. En un mundo en donde debería de haber para todos, pero no. El billete virtual te come el cerebro. Encima hoy salí y el levantamiento nuevo estaba casi impidiendo la salida, que tuve que trepar por el cemento que sacó del piso, subir la pequeña lomada, tocar el techo del recibidor de entrada y bajar para estar en la calle finalmente. El portero sólo se quejó de tener que baldear más vereda que antes, con lo atareado que estaba hoy. Qué cosa increíble.
La gente por la calle parece autómata, pero estos días más que nunca. Van con sus trajes, hombres y mujeres con buena presencia, los celulares, hablando a más no poder sobre la empresa, los chicos, juntarse algún día a comer (que nunca será ese día porque se promete en vano), el trabajo, el negocio y las finanzas. Lo único que importa. Al mediodía el corte, el sanguchito y a seguir. Todos así. ¿Es que nadie ve las lomadas en las veredas?

Por la noche cuando llegué a casa recibí la respuesta del diario en mi buzón de correo. No tenían espacio para nimiedades. La crisis era lo importante hoy día, pero prometían en compensación enviarme un ejemplar gratis mañana con el suplemento especial de cómo invertir en bolsa para estar preparado para la recesión mundial. Qué me importa la recesión, si de todas formas crisis o no crisis yo mañana voy a dibujar la historieta al negocio para la editorial. Hay que comer y me tengo que preocupar por eso.

Hoy llamé a mi ex esposa. Por lo menos ella me comprendió en algún tiempo. ¿No te molestan las lomadas, esos levantamientos de las veredas y calles que hacen casi imposible transitar normalmente y que a la gente, pareciera ser, poco le importa? Me respondió con un: mi jefe me tiene loca con el papeleo antes de fin de semana y los catálogos por Internet para una nueva empresa extranjera. No pude ni siquiera mirar la calle estos días. Los chicos están bien, pero este sábado no vengas que tienen club y se van a jugar al pueblo vecino.
Ah, genial, más solo que un perro y encima sin respuesta. Mejor me voy a dibujar.
La verdad que no pude entender como el colectivo pasó por encima de la loma con toda esa gente. ¡Debe tener más de dos metros por encima del nivel de la calle! Y el chofer y la gente como si nada.

Pero lo peor comenzó cuando los brazos metálicos emergieron de esas lomadas creadas. ¡Pero si sabía y se los avisé! Ya notaba algo extraño. Ahora están esos tipos extraños vestidos con mamelucos que salen de esos brazos como ascensores, caminan por la calle con esa tecnología despiadada que casi prohíbe la decisión, apresando a unos y matando a otros. Los presos sumidos en sus propios gritos desaparecen por esos brazos inquebrantables. Lo único que atiné a hacer fue a llamarla a Marta para que se escondieran. Nadie respondió el teléfono. Ya habían salido. Mejor sería correr y esconderme. Eso hace toda la gente asustada, supongo. El tema era esconderme dónde. ¿Y la policía? ¿Y los militares? Alguna defensa, alguien. Qué pasaba, estaba todo preparado, estaban desapareciendo todos. La pregunta que siempre me hacía cuando veía una película de muertos vivos o la guerra de los mundos era si en medio del caos, cuando hay siempre cierta tranquilidad, la gente debería ir a trabajar. O sea, me imaginaba si la situación fuera real y en medio del desastre, cómo comería la gente o si tendría que seguir trabajando… ¿vendría el aviso de corte del cable? ¿A quién me quejo si se corta Internet?
Yo fui a trabajar igual. Llamé a Marta a la mañana. El contestador. Son ciento cincuenta kilómetros, pero a lo mejor no pasaba nada allá, hoy a la noche si se puede viajo igual.
A la tarde cerré a las cinco en vez de las seis, como todos los días. Igual la editorial me dijo que me tomara mi tiempo, la distribución cayó bastante por todo esto de la crisis. Ah, que tuviera cuidado con algo que le habían comentado de las calles, me dijo Jorge. Pero estos tipos están descerebrados, tenemos el quilombo acá, en las narices y ni siquiera lo ven.
A las siete salió el micro. La gente hablaba por teléfono, usaba sus computadoras de mano, escuchaban en el reproductor personal o miraban la película que puso el conductor con la cara de piedra más asquerosa que vi en mi vida. De acompañante tenía a una viejita que se dedicaba a tejer para no se qué nieto que estaba por terminar la carrera de inglés. Pero señora, no le preocupa lo de estos brazos metálicos, en ningún lugar se lo menciona. La verdad mijito que tengo que tejer esto, porque mi nieto es lo único que me preocupa ahora, no quiero que se me muera de frío… Hasta este punto llegamos, váyase un poco al carajo, señora. Con todo respeto.

La situación en el pueblo no era mucho mejor cuando llegué. El panorama no era para nada alentador. Bajé yo nada más, ni un alcanza valijas, nada en la Terminal. La ruta estuvo levantada por doquier y el conductor parecía como entrenado para sortear las lomadas. Caminé unas cuadras hasta la casa de Marta. De sus padres. Donde vivimos gran parte de nuestras vidas. Hasta los hijos, hasta las peleas, hasta los problemas de plata, hasta que se enamoró de otro. Hasta mi vuelta a lo de mamá, que por cierto no era tal compañía, estaba en lo de una hermana desde hacía años.

Cuando me estaba acercando a la cuadra donde se ubicaba la casa, todo estaba destruido por una gigantesca loma. Ahí entré en razones que el teléfono sonaría por siempre. Habría salido antes, a lo mejor se fue a lo de la prima unos días, a lo mejor pudo escapar. Empecé a correr desesperado. Doblé en la esquina y un brazo metálico me disparó una especie de rayo que me absorbió. Me desperté en una cama metálica, con dos tipos con mamelucos y gafas inspeccionándome. Tranquilo, no te preocupes, ya estamos cerca, alcancé a escuchar que hablaban a lo lejos. Estamos reclamando lo que es nuestro solamente. De dónde pensabas que venía el dinero. Centurias bajo tierra esperando la debacle. Su propia debilidad. Nosotros sólo fuimos por unas migajas, fue como recoger la siembra.

El mensaje fallido

Las hordas de Drakken no tardarían en llegar. Mi destino y muerte estaban marcados. A la luz de la única vela de mi casa escribo estas líneas para que futuras generaciones tengan a bien una guía, una causa, una forma de ser y obrar diferentes, una forma de pensar un poco más noble.
Cuando adolescente, exploré los bosques prohibidos de Litmaher. Nunca llegué a comprender el porqué de su restricción y porqué los grandes patriarcas evitaban que nos acercáramos a ese lugar. De todas formas mi interés pudo más y una noche me aprovisioné partiendo en la búsqueda de esa verdad vedada. La distancia entre mi aldea y el bosque era de aproximadamente veinte lúbelos, por lo que no tardaría más de cuarto de Ziryx en llegar. Pasado el punto álgido del satélite llegué al bosque, atravesando los árboles de entrada. Aproximadamente a dos lúbelos y medio divisé una enorme gruta, o mejor dicho, una especie de entrada que conducía a un posible claro a corta distancia de él. Me adentré lentamente. Ante mi sorpresa, divisé una estructura, algo parecido a una esfera gigante de metal encallada en la tierra. No sin cierto temor, fui acerándome más y más… vislumbré una entrada en ella, una escotilla semiabierta. Luego de varios minutos de meditar y debatirme entre el miedo a lo desconocido y la adrenalina de la aventura, opté por entrar, pasase lo que pasase. Con el terror latente, subí por la escalerilla. Ya dentro de la cúpula, un hedor putrefacto me invadió. Olía a descomposición. Avanzando a tientas, me topé con una protuberancia en la pared que accidentalmente presioné, accionando un interruptor de iluminación (digo esto naturalmente ahora luego de los acontecimientos vividos, pero el pasillo se hizo de día en plena noche, y fue sorprendente). El pasillo me condujo a una sala donde aparecieron ante mi vista los más extraños aparatos de mando de la nave y mi corazón dio un vuelco al ver los cuerpos poseedores de tan desagradable olor. Tres cuerpos aparentemente calcinados por lo que argüí fue un incendio en un sector de la nave. No podía ver sus caras: poseían un casco blanco, con un vidrio que me impedía ver la imagen en el interior. Intenté sacarlo o moverlo, pero se encontraba atorado por algún tipo de dispositivo. Luego de varios intentos… el horror. Mis gritos se escucharon en la soledad de la noche. Cómo describir lo que vi… Esta cara al descubierto tenía dos ojos, pelo en la parte superior, algo que parecía un hocico pequeño, con fosas nasales diminutas, una boca frontal insignificante. Sorprendido y a la vez asqueado, di unos pasos hacia atrás. Qué hacer en esos momentos fue la duda que me invadió. Decidí revisarlos a todos. Eran tres estos seres extraños, dos de ellos quemados por completo. Dubitativo, me dirigí a examinar el tablero de mandos, donde en un sector se reflejaban imágenes distorsionadas, pronunciando algo en un lenguaje incomprensible. Sin saber qué rumbo tomar ante tales artefactos desconocidos, opté por salir. Cuando ya casi estaba fuera de la habitación escuché un gemido… era uno de ellos que aún vivía (el más agraciado por el incendio). Me acerqué. Intentó pronunciar palabra, pero lógicamente no logré comprenderle. Me hizo señas que le diera un pequeño aparato situado en la caseta a escasos direts de donde nos encontrábamos. Accedí y al entregarle la minúscula pieza semejante a metal se lo acercó a su cara. De manera prodigiosa, cuando comenzó a hablar (entrecortada y dificultosamente) podía entender lo que decía.
-No temas… me llamo… Martín Rector… vengo de la Tierra… un planeta de lejos de aquí… mucho tiempo de viaje… estuvimos buscándolos… y los encontramos… pero hemos llegado antes… mucho antes…
A pesar de comprender ahora sus palabras, seguía sin asimilar lo que intentaba decirme, pero lo dejé proseguir sin preguntar.
-Alguna vez ustedes vendrán… es complicado de explicar… algo salió mal en los cálculos… nos estrellamos por la diferencia de atmósfera entre tiempos… ángulo distinto de entrada… pero no importa… tarde y estoy muriendo… acerca codificador a la computadora y te enterarás… no olvides que…
Eso fue todo cuanto dijo y su escasa vida le permitió. Pasé un largo rato pensando, avanzada la noche, examinando la habitación donde me hallaba, buscando la forma de proseguir con lo que fueron sus últimas palabras. Acercar el aparato y comprender…
Aproximé el transformador de voz a la pantalla (la señalada por el navegante de los cielos, otra de las tantas en la nave):
-Bienvenido. Esta central está destinada a la información vital sobre el planeta Tierra, lugar de procedencia de la nave y de los tripulantes que se encuentran en ella. Por favor, seleccione la opción deseada. Ha seleccionado historia. Comenzando.
Estuve el resto de la noche y parte de la mañana mirando esa «pantalla» que además de explicar me mostraba con gráficos y sonidos la forma de vida de estos «seres humanos», como lo llamaba la pantalla. Venían a buscar una ayuda desesperada. Hablaban de la angustia presente, el tiempo, su evolución y apogeo, sus profetas y los que les enviamos. Vislumbré nuestra necesidad sobre ese planeta, sin entender como sería eso posible… las tecnologías, el tiempo-espacio…
No puedo seguir escribiendo. Drakken viene para eliminarme en sus dinosaurios. Ya puedo oírlos. Sólo resta decir que estos humanos venían a verme, pero dentro de mil quinientos años, cuando me convirtiera en un profeta. Necesitaban que transmitiera un mensaje de paz para próxima era tecnológica. Se suponía que sería la guía y que no debería morir… pero el destino o está marcado… o es oscilante y cambia en un constante reordenamiento argumental. De todas formas Drakken me matará.
Dejo estas líneas para que alguien pueda continuar el mensaje. Es preciso que…

En ese momento el ejército del lagarto irrumpió en la casa del joven perseguido, dándole muerte. Drakken avanzó imponente, mirando a su alrededor, percatándose del último acto del reptil muerto. Tomó la carta y la guardó para sí.
Tiempo más tarde, calmados los ánimos de venganza a pensadores distintos, al regocijo de su aldea, a la luz de la chimenea, leyó detenidamente el mensaje y la descripción del fallecido acerca de sus peripecias. Descreído, en los días siguientes fue a corroborar tales dichos personalmente.
Aceptando el hecho incongruente y extraño de su realidad, el disciplinando y práctico lagarto tuvo una genial idea: lo suplantaría. Esperaría a esos humanos en el tercer ciclo, al cual restaban mil quinientos años para acceder… y los atendería. No del modo que ellos esperaban. Estos acontecimientos cambiaban también su plan inconsistente de poder, sin rumbo fijo. Esto daría a su reinado una orientación impresionante. Ya tendría el mensaje para futuras generaciones: cultivar el mundo nuevo.
Los lagartos no debemos caer en la peste de la condescendencia y la bondad. Era preciso iniciar el cultivo, los recursos naturales escaseaban y lo harían mucho más en las futuras generaciones. Las semillas… la tecnología… todo era nuevo y fascinante.

Cómo pasan las cosas

Cómo pasan las cosas, nadie lo sabe. Por más que uno se ponga a estudiar minuciosamente el por qué de cada paso en su vida, acabaría en el mismo lugar, y sin saber ni descubrir absolutamente nada. Pero la pregunta siempre existió en mí. Desde que era adolescente, cuando empecé a interesarme por la lectura, la música y demás actividades, de las cuales, a las que les di mayor preponderancia fueron a estas dos últimas antes mencionadas.
Quise ahondar también en la vida de personas de las que me interesaban sus trabajos, ya sean literarios o musicales. Y vuelvo a repetirle, doctor Estévez, por la pregunta, y disculpe si soy un poco reiterativo, pero se ha vuelto -por mi situación emocional- algo inestable en mí.
¿Cuánto les valió leer, cuánto fue que leyeron, y hasta que confines llegó su mente? ¿En qué situación mental estarían a la hora de su obra maestra? ¿Acaso descubrieron algo que el simple ser no descubrió? ¿Algo fuera de lo común? ¿De qué modo emplearon todos sus conocimientos, o todo lo sabido en algunos casos, fue meramente lo que la gente llama en forma común, un don de la naturaleza?
Preguntas y más preguntas. No valen nada. Créame doctor, que no me valieron de nada ni me ayudaron porque la respuesta siempre fue -para mí y para mi forma de ver- ninguna. La única manera en que encontraría tan preciadas respuestas o el rotundo fracaso sería viviendo el aprendizaje en extremo. Cabe resaltar estas dos últimas palabras, por lo que tengo que contarle a continuación, doctor Estévez. Sé que usted sabrá comprender o quizá podrá asimilarlo en un futuro no muy lejano.
También estoy al tanto, por estos días, de su investigación insoslayable para todos los entendidos en la materia, materia en la cual me atrevo a decir -y discúlpeme si lo hago sonrojar, sé que no le gusta que se lo diga-, es el mejor que he conocido. Nadie ha vivido el estudio de la Historia de la humanidad de la manera en que usted lo hace.
Quizá no tengamos momento en «la humanidad» para volver a compartir una charla amena como las que solíamos disfrutar, aquellas tardes de otoño que nunca volverán.

Que he triunfado, lo admito. Sé que los comienzos no fueron buenos para mí (supongo que para todos los verdaderos artistas no lo fueron). Pero bien valió la pena intentarlo por haber llegado hasta donde estoy actualmente.
Como le dije anteriormente, llegué a tal punto de interesarme por el proceso de transformación mental de los grandes artistas (llámele Dolbius, Stramik, Prencel, Sameinberger… no sé, no se me ocurren más ahora), y llegué a la conclusión que más que su obras, sus vidas fueron más interesantes aún. Usted se preguntará a qué conclusión he llegado. Pues bien, a una simple desde el punto de vista superficial de este mundo superficial plagado de gente (en su mayoría, no todos) superficial: todos estos artistas son unos verdaderos enfermos. ¡Verdaderos engendros de su propia locura!
Sí, hemos tenido exquisitas charlas antes de mi rotundo éxito como escritor. Hoy en día, ¿quién puede triunfar con una sarta de poemas escritos en su mayoría por las noches y casi en completo estado de ebriedad? Pero por sobre todo: ¿quién puede triunfar en poesía por estos días? ¿En esta ciudad de porquería? Me río al pensarlo. Sólo yo… y así me fue…
He descubierto mundos fantásticos dentro de mi mente (ya que no tengo más que leer y escribir para vivir, me he dedicado por completo a estas actividades durante los últimos cinco años), los que me han llevado a lugares insospechados del cerebro humano, algo que, inclusive con toda su sapiencia, doctor, le sería prácticamente imposible de comprender. Por qué me figuro que le sería imposible de comprender, verá usted, trataré de darle un ejemplo medianamente infantil, sin ofenderlo, pero me gustaban esos ejemplos, repito, me gustaban esos ejemplos anteriormente para comprender las cosas: supongamos que el cerebro humano medianamente normal hace conexiones de pensamientos desde el punto A, relaciona con B, interactúa con C, asocia con D, y busca respuestas en letras hasta unas, tiremos una cifra exagerada, unas mil más. Interesante, ¿no?. Muy bien, ¿que pasaría en el caso de que un cerebro como el de las personas antes mencionadas -y hasta donde creo, humildemente el mío también- ¿Qué cómo llegué a esto? Claro que no fue leyendo libros solamente. Esa respuesta me la reservo para mí, lo siento, ahí no hay explicación posible. Sólo puedo decirle que comenzó como un juego en mis ratos de ocio, practicando, divirtiéndome -¿recuerda la sociedad del Crass? Tengo un amigo allá que me conectó. Estuve por Alemania en un viaje relámpago-… pero exactamente cómo pasé de un lado a otro, nadie lo sabe. Ni siquiera yo, y creo que ellos tampoco.
Es por eso que le escribo estás últimas líneas. Me siento desequilibrado y me he vuelto insoportable conmigo mismo, pero todavía recuerdo las charlas con usted esas tardes de otoño que nunca volverán.
Le envío un cálido abrazo.

Nota del Doctor Estévez (historiador, sociólogo):

A quien corresponda: para analizar este mensaje enviado por (…) deberá tener en cuenta su personalidad, minimizada anteriormente por él mismo.
No me considero un traidor, sé que debería haber obrado de otra manera, ya que esta carta fue escrita en forma particular, pero me dirijo a usted porque esto ha superado mis límites. Habrá de imaginarse que mi relación con (…) antes de lo sucedido fue de una gran amistad, por lo que se me hace difícil emocionalmente estudiar su comportamiento -sé que parece una tontera no poder separar la amistad del estudio, pero no estoy en condiciones de hacerlo ni lo estaré, creo, nunca-. Como dije antes, se deberá tener en cuenta su personalidad; completamente solitario en los últimos meses, cada vez que ha salido a la calle ha protagonizado un escándalo; completamente ebrio cada vez que alguien lo veía, ha destrozado hoteles por cifras siderales, ha escupido en la propia cara a gente que quiso ayudarlo. Todavía no sé cómo fue a dar con esa sociedad podrida de un tiempo del que debemos olvidar para siempre. Dios se apiade de su alma (si existe la posibilidad de que crea en esto).

Es sólo rock con el bajo

Las presentaciones en diferentes pueblos lo tenían cansado. Pero necesitaba el dinero. Había tenido una vida un tanto agitada que a sus cincuenta y tantos años el cuerpo le estaba pasando factura. A pesar de ello, fue con su bajo eléctrico siempre fiel y nunca lo dejó abandonado (bien se sabe de muchos bajistas excéntricos que lo empeñaron a causa de su falta de estabilidad emocional). O debería de haber sido a la inversa, su bajo tendría que haberlo abandonado: por sus borracheras, sus deudas de juego, sus divorcios y divisiones de bienes.
De alguna u otra forma habría que comer y guardar unos pesos para esa vejez que agazapada esperaba en una silla, quizás en el campo, quizás junto a un lago, quizás sola, quién sabe. Si la ecuación es excesos, más mujeres, más vida nocturna, podría decirse que lo que estaba viviendo con su osamenta era un estupendo milagro.
Mientras se dirigía a un recital, meditaba sobre su devenir y su pasado. Esta gira debía de ser la última. Con lo recaudado estaría asegurado su retiro. Hubo un tiempo en que fue el dios del bajo: Roberto Desmondo McDolby. Éxitos interesantes, canciones atrapantes con un sonido novedoso, el rock que la juventud necesitaba, la canción que la masa esperaba.
Después, como todos, pasó de moda, pisado por otra más atrayente y lo que creía que era novedad ahora era un simple recuerdo. Así eran los ciclos, por lo que en tiempo de depresión, exceso de drogas y alcohol, más otro poco en «San Inmundo, se lo traemos de vuelta» el sanatorio de rehabilitación, sirvieron para recuperar energías, intentar clarificar la mente y volver al ruedo.
En cuanto a la energía, si bien no era la misma, todavía estaba ahí para seguir dándole cuerda un poco más al motor, como en las viejos épocas. Aunque había que destacar que el publico era ahora un tanto reducido y el traslado otrora en colectivo privado ahora se reducía a una pequeña camioneta. Los equipos de sonido, alquilados para abaratar costos. Sin embargo y pese a todas las inclemencias, Los Definitivos Incendiarios nunca fallan a su público en escena. La banda había ido rotando, sí, con tanto cambio hasta llegar a ser Roberto el único miembro original, dueño de todas las decisiones. Algunos habíanse ido por disputas de egos, como fue el de Fernando, alias Púa de Acero, que se quejaba de un simple problema de créditos en los discos finales. Un simple espacio al que Roberto aludía con falta de lugar para los demás nombres además del suyo. Pese a esto, que supo tolerar con entereza, no pudo evitar cierta aversión hacia los demás por su dimisión acusando la baja de sueldo. ¿Cómo no comprendían que sus vicios habían ido económicamente en aumento? ¡Qué falta de consideración y comprensión!
Una banda con adolescentes ansiosos de gloria y bajo presupuesto sería ideal para ésta, su última gira. Como se dijo más arriba, el público era un tanto reducido, de miles en grandes estadios a solo algunos cientos en el mejor de los recitales. Poco importaba, daría la mejor de sí, la canción seguiría siendo la misma.
Esa noche calzó sus mejores botas rockeras (las únicas que tenía), alistó su campera y pasó la franela a su bajo.
Algo más tarde, subió al escenario con la misma emoción de anataño:
-¡Buenas noches, estimados amigos! ¡Un poco de rock para esta noche!
Sonó el primer tema, un rock eléctrico directo al corazón. Roberto hipnotizaba a la gente con su movimiento, pareciendo un hombre de treinta años más que alguien de su edad. El segundo, el tercero y el resto, con los medios de las baladas clásicas de su repertorio, nutrieron la lista de temas que hicieron vibrar a su comprimido público.
Ya para el final, el cantante se dirigió a sus seguidores:
-Gracias amigos por acompañarme a mí y a la banda en este concierto. Verán, con los años he descubierto que la alquimia de los sonidos iguala mucho a la tradicional, concretamente con las pruebas en los crisoles y demás, comparándome incluso con esos viejos monjes en abadías, experimentando y abriendo puertas dimensionales…
Los presentes se mostraron un poco sorprendidos por tan extrañas palabras. Sólo un poco porque suponían sería otro de los delirios del viejo bajista, por lo que seguidamente empezaron a corear su nombre y pedirle por «Diapasón y Gloría», tema el cual oficiaba de cierre de todos los recitales. Pero Roberto, obstinado, estaba decidido a transmitir su mensaje:
-Lo que intento decirles es que con determinada combinación de sonidos he logrado generar algo impresionante para mí, y esta noche quiero compartirlo con todos ustedes. ¡El arte de la combinación de los sonidos! No abriré una puerta, ¡pero generaré un rayo de luz que los impactará, ya verán!
El grupo de gente, ya un tanto intranquilo, aguardó a ver con qué se salía este viejo desquiciado.
Roberto empezó a tocar una extraña escala. A veces disonante, molestaba un poco en los oídos de los escuchas. La banda, en tanto, se miraba algo desconcertada por lo que su líder hacía en esos momentos. Roberto se encontraba entrando en un estado como de éxtasis, moviéndose de un lado hacia otro del escenario, tocando la escala musical cada vez más rápido, buscando una especie de clímax.
Ningún rayo apareció y tampoco ninguna puerta se abrió, ni dimensional, ni de la salida. La muchedumbre, en sectores, abucheó la desagradable representación, cosa que irritó al experimentado músico, quien abandonó inmediatamente el escenario, sin saludar, yendo directo a camarines.

Horas más tarde, ya en la puerta del pequeño estadio musical, un Roberto un tanto más distendido se despedía de sus compañeros, para luego subirse a su camioneta y emprender el regreso al hotel donde se alojaba, a unos pocos kilómetros de distancia. Manejando, intentó distenderse y no pensar en el fracaso mágico con su bajo. Para ello encendió la radio buscando alguna estación de baladas. Cuando la música estaba sonando un leve movimiento en la parte trasera de la camioneta lo inquietó. El movimiento se transformó en una vibración que de forma sorprendente provenía de su bajo. Éste empezó a agitarse, dando giros, como cobrando vida. Roberto detuvo la camioneta en la banquina. El instrumento de cuatro cuerdas desprendió un rayo de luz que dio en el techo de la camioneta, abriendo un agujero nebuloso que daba vueltas sobre sí mismo. Pasmado y a la vez alegre al ver que su experimento, aunque tarde, sí funcionaba, se alteró al ver caer literalmente del agujero a un joven vestido como un monje, en la parte trasera de su camioneta.
-¿Quién sos? -preguntó asombrado Roberto
-Emmm… Me llamo Marcos, soy monje y pertenezco a una abadía en las colinas de San Roque Cristis. Tuve un pequeño inconveniente con mi padre abad y el portal dimensional. Recuerdo que me encontraba mirando y…
-Tranquilo, amigo, estoy visiblemente anonadado, pero dejame decirte que caíste en un tiempo hermoso. Verás, necesito montar una nueva banda de rock y me preguntaba si…

La habitación blanca

Dándole vida a una idea Vale. Y es para Vale.

La habitación, si bien pequeña, era acogedora. La mesa, como siempre, estaba servida para dos. Marta disfrutaba cocinado esta, como todas las noches, y afortunadamente todo habíale salido a pedir de boca, la comida no se había quemado como en incontables ocasiones a causa de su inexperiencia. De todas formas su esposo, Franco, era un marido ejemplar y tolerante, que poco reclamaba y rara vez emitía queja (en realidad Marta no recordaba que alguna vez se haya quejado de algo). Éste llegaba ya entrada la noche, tras la dura jornada laboral como leñador en los bosques.
En eso Franco hizo atravesó el umbral de la puerta y saludó a su esposa. Acto seguido, Marta sirvió en un pocillo la sopa para ambos. Si bien pobres, llevaban una vida moderadamente feliz. Y eso a Marta la reconfortaba. Moderadamente por los pequeños detalles de los pantallazos en sueños, incongruentes, que la despertaban durante las madrugadas. En ellos podía ver a una persona vestida de blanco aproximándosele; no entendía muy bien para qué, pero era como si quisiera meterle algo en el cuerpo. De estos sueños optó por no contarle nada a su esposo, serían angustias pesadillescas que la atormentaban de vez en cuando.

Durante los siguientes días pudo Marta dedicarse a sus quehaceres cotidianos sin la sombra de los sueños, que por fortuna se habían disipado.
Era el año de nuestro Señor mil setecientos noventa y cuatro, con una bella mañana otoñal. Marta se dirigió a tender la ropa, caminando unos metros al salir de la casa de piedra, perdida en las colinas, en un remoto paraje escocés. De repente, el brillo del sol la incomodó, así como de forma imprevista empezó a percibir unos flashes extraños, iguales a los de los sueños, pero esta vez en plena luz del día y lo que era peor… despierta. Trastabilló. Se sintió mareada. Prefirió ir a recostarse por su malestar y desconcierto. Es posible, pensaba, que fuera algo pasajero. De todas formas no lo sabía muy bien. Casi llegando a la cama se sintió desfallecer. Franco había salido temprano como cada día, antes del alba. Estaba sola y desesperada. Las imágenes de su mente se trastocaron con la realidad del lugar, por lo que emitió un grito desesperado. De forma incomprensible, vio una persona, la misma persona de blanco que veía en sueños abalanzarse hacia ella. Cuando estuvo a punto de tocarla Marta de desplomó en el suelo producto del desmayo. Por la noche, al llegar Franco de la Jornada laboral, la encontró en tirada, yendo desesperado a su encuentro, intentando reanimarla. Luego de varios intentos pudo hacerla reaccionar, preguntando éste qué era lo que había sucedido. Todavía algo atontada, concluyó que ya no había espacio para ocultar nada. Le habló de los sueños recurrentes, de la imagen de la persona abalanzándose hacia ella. Franco, en tanto, meditaba sobre lo sucedido. La consoló diciéndole que se quedara tranquila, que podría deberse a diversos factores, mezclados con la soledad, la imposibilidad de tener hijos y la víspera del que perdieron dolorosamente… Estas palabras alentadoras, sin embargo, ocultaban la angustia interior de sospechar que su mujer estuviera enloqueciendo.
La tomó en sus brazos y la acompañó a su recámara, trabajosamente. Al subir las escaleras, Marta empezó a sentir la realidad nuevamente alterada, muy parecida a los sueños tan vívidos de días atrás. De pronto, la habitación, escaleras y todo el lugar se desvaneció para transformarse en un cuarto blanco. Marta gritó. Franco también había desaparecido.
Inmediatamente el hombre de blanco ingresó por una puerta (la única que había en ese cuarto cuadrado) y sin mediar palabras la tomó por el brazo, inyectándole algo que rápidamente la hizo tranquilizarse, entrando en un estado de sopor. La puerta volvió a abrirse, para pasar por ella otro hombre vestido de blanco, visiblemente nervioso por la situación. De nuevo con las alteraciones, decía, cada vez las ausencias son más holgadas, qué vamos a decirle al Sr. Franco, que paga cuantiosas sumas para que se recupere, o por lo menos para que esté moderadamente bien y esta mujer está cada vez más loca. Tendremos que volver con los electrochoques. Y será mejor no perder tiempo, le avisaré al doctor por el intercomunicador, sin mediar más tiempo.
Marta no se había dormido y pudo ver, antes de cerrar los ojos completamente como aparecía la chimenea de su casa aplastando literalmente a los dos enfermeros, dando paso a las paredes, la mesa, las sillas y la escalera.

El equilibrio de las cosas

Mi motocicleta ruge en las rutas desoladas, contemplando atardeceres. El viento caluroso del verano en mi cara y cuerpo podría decirse que me hace sentir libre: tengo la visión. Después de dejarlo todo por una vida nómada, cambiando sedentarismo, oficina y una mujer adicta a las reuniones sociales de narices estiradas (como así también a las joyas), no me arrepiento de nada. Manejaré hasta el fin del mundo.
Por las noches paro en esos hoteles que parecen salidos de una película de carreteras, para que a la mañana siguiente, una vez recargadas las energías, pueda continuar viaje. El fin del mundo es el fin de la ruta, a eso me refiero. Pude acumular algún que otro dinero gracias a varios negocios sucios en mi pasado. El delicado sistema que equilibra las cosas me indica muy en mi interior que algún día pagaré por ello. Pero ahora no importa tanto, seré el dueño de mi propio destino sin tener que responderle absolutamente a nadie.

Una noche me detuve en uno de esos sitios donde se juntan los camioneros a pasar un buen rato, jugar al pool y posteriormente y si la suerte los acompaña, irse a dormir a la cucheta del camión acompañados de alguna reventada que trabaja por allí. Ese sábado el parador estaba atestado, a converger en un cruce de rutas interprovincial importante. Y la mala combinación de los factores primeramente mencionados generó una pelea en la que me vi envuelto, repartiendo puñetazos a troche y moche, sin conocer la cara de quien recibía, sea varón o mujer… sólo pude ver cómo un barbudo con cara maliciosa me asestaba una terrible trompada en la mandíbula. Luego las estrellas… después la nada misma.

No sé cuánto tiempo fue que estuve tirado fuera del bar, en el piso, llena de tierra mi ropa y cara, con olor a orina, hasta que alguien me pateó y me tiró un vaso con agua (o eso creí) en la cara. Era una mujer.
-¿Podés caminar?
«Calculo que te voy a responder afirmativamente si llego a poder levantarme», había pensado, pero sólo atiné a aseverarlo con un leve movimiento de cabeza. Me incorporé y ella volvió a preguntar, en este caso si tenía a dónde ir. Le dije que no. Luego de unos instantes que los interpreté como dubitativos en ella, se ofreció amablemente a curar mis heridas si yo afirmaba que no era ni un violador, ni un degenerado, ni ladronzuelo. Me reí hasta que el dolor me posibilitó hacerlo y dije nuevamente que no.
Su casa estaba a tan sólo unas cuadras del bar, por lo que sugerí que nos fuéramos en mi moto… Alzando en forma pausada la vista pude verla tirada en el suelo, con la rueda delantera aplastada por lo que podría haber sido un camión y la trasera pinchada. Caminaríamos.
No hablamos mucho durante el trayecto, más bien cruzamos sólo pocas palabras. Cuando llegamos a destino me encontré con una casa bastante derruida, con visibles marcas del paso del tiempo y falta de mantenimiento. No pude calcular cuánto, pero me sugerí que el suficiente. Pasamos. El interior no era mucho mejor. Le pregunté, al pasar, si vivía sola, por lo que respondió que sí de un modo tajante, como sin dejar espacio a otras preguntas por el estilo. De todas formas intenté interrogarla un poco más, pero abruptamente me dijo que me sentara en la silla de la cocina y que esperara, ella buscaría algo con que limpiar mis heridas. Sospechaba de esta buena samaritana, algo no me gustaba en ella, pero le resté importancia. Al regresar la ataqué con un «¿cómo te llamás?», devolviendo otro seco: «Sara». Comenzó a pasar un paño con lo supuse era alcohol y algo más, que no podía detectar, sobre mi pómulo izquierdo lastimado. Repitió este acto varias veces hasta que sentí un impulso de atracción repentino. Nos besamos acaloradamente. Me sentía atontado luego de soltarnos, como preso de un sopor. Seguidamente, ese sopor se transformó en parálisis, primero en la cara, después en las manos, luego en todo el cuerpo. No podía moverme y caí en el piso. Su saliva tenía algo, eso era, la había encontrado con un sabor muy denso…
La mujer se alejó lentamente unos pasos, describió un círculo sobre mí y se desnudó, descubriendo una belleza sin igual. Estaba sedienta. De su boca salieron dos grandes colmillos que la depredadora sagaz hincó en mi cuello. Estaba acabado.